Más complejos

¿Recuerdan aquél fantástico documental, El tren de la memoria? Marta Arribas y Ana Pérez se trasladaban a la España de los años 60, en la que dos millones de españoles salieron escapando de la necesidad y con la ilusión de espantarla. Viajaron a Alemania, a Francia, a Suiza y a los Países Bajos, buscando algo de dignidad que, como decía Fernando Fernán Gómez en El viaje a ninguna parte, se entiende, entre otras cosas, como un mínimo de bienestar. Fundamental. Porque además de la moral, está el agua caliente y las sábanas limpias, el cocido en la mesa o una cama donde dormir.

Un techo, unos zapatos, y algo de alegría. Que nada de esto sobra en los corazones destemplados. Que no sólo los sueños, o los ideales, también la autoestima lo agradece. Pues ahí vamos. Reconstruyendo. Porque volvemos a esos trenes con la promesa de escapar de la nada. Porque volvemos a pedir asilo a quien tiene la sartén por un mango tan largo que cruza y descruza fronteras. Y hoy otra vez, decenas de jóvenes han cogido un tren con la promesa de mejorar sus vidas.

A unos les saldrá bien, pero otros se han quedado atrapados en la mentira, atraídos por una oferta de trabajo que no existía. Qué valor. Enriquecerse a costa de la angustia, de la miseria, del grito de socorro de los demás. Qué feo. 128 jóvenes españoles atrapados en la ciudad de Erfurt, que viajaron por un contrato de prácticas con opción a otro de aprendiz en alguna de las empresas de la región, y no encontraron nada. Hacinados en literas y soportando el mal olor buscan una salida, una explicación, algo que les calme.

El Ministro de Economía de Turingia y representantes de la Embajada española hacen balance de la situación e intentan ofrecer propuestas concretas. Dos empresas intermediarias –una española, otra alemana– se echan los dardos mutuamente y se sacuden cualquier responsabilidad. Menuda jeta. Vivir del miedo, de la inseguridad de los demás, y disfrazar la telaraña, de laberinto con oportunidades en el que supuestamente todos tienen algo que ganar. Pero las arañas se comen al que llega perdido, confiado. Y tras la decepción, cualquier cosa les va a parecer tocar el cielo. Porque, como en aquél tren de la memoria, volvemos a sentir que cualquiera es mejor que cada uno de nosotros, y que dejándonos sus sobras nos hacen un favor. Qué rabia. Con lo que nos ha costado quitarnos los complejos.